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El día del Señor

Lo más grande que puede hacer el hombre es dar gloria a Dios. El pecado más grave y generalizado en nuestra sociedad es la impiedad. Hay muchos que no viven su fe, y los que la viven lo hacen de modo tibio, y se olvidan de lo importante. Les ocurre como ya pasó con los israelitas, que oyeron las reprimendas de Yahvé a través de los profetas, porque adoraban a los ídolos. “Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí” (Ex 20, 2). Quizá ahora habría que insistir más en lo esencial.

Descubrir la libertad

Hay una dificultad cultural importante para entender qué significa ser libre. Quizá cuando a las personas les coartan notablemente la libertad, por ejemplo en un régimen totalitario, es más fácil que haya una reflexión profunda sobre qué significa ser libre. Quienes no tienen limitada injustamente su libertad de movimientos y de elección pueden omitir esa reflexión sobre la libertad ontológica del hombre.

Sobriedad y libertad

El Papa Francisco, en su última encíclica, Laudato sí, escribe que “la espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo” (n. 222). Bien sabemos hasta qué punto el Pontífice se sitúa contra el modo de vida habitual en el primer mundo, en el ambiente occidental especialmente, donde lo habitual es el hedonismo. Y sabemos que es muy difícil en este contexto, sobre todo entre las personas de clase media o alta, mover al desprendimiento, la modestia o la sobriedad.

Tiempo para trabajar, tiempo para descansar, tiempo para contemplar…

Hay tiempo para todo. Debe haber tiempo para todo. Pero lo primero es apreciar la realidad de que el tiempo está ahí para nosotros. Tenemos tiempo. Decir esto es, en muchos casos, algo parecido a decir: tenemos reloj. Algunos pueden pensar que cuando no había reloj la gente no sabría si tenía tiempo, pero es falso. Antes del reloj de pulsera había relojes de arena y también de sol y, sobre todo, un sexto sentido para saber, casi intuitivamente, que era tiempo de descansar, que era el momento para rezar, que era el momento para la familia.

De televidentes a lectores

Es interesante constatar que el lector habitual pone bastantes medios para que los demás también lo sean. El gozo que lleva consigo la asimilación de libros de un modo constante, aunque sin obsesiones, es algo que desea compartir. Es verdad que puede repercutir en beneficio del propio lector, pues es muy gratificante poder hablar de libros con los amigos, o escribir para beneficio del prójimo, pero en principio el deseo de convertir a los demás en lectores es bastante desinteresado.

Pasión por el libro, pasión por la biblioteca

Son numerosísimas las buenas obras literarias en las que el autor aprovecha cualquier excusa para hacer un elogio encendido del libro o vierte sus razones por las que habría que leer mucho. La razón es sencilla, ese autor, que está escribiendo una obra de mayor o menor enjundia, se sabe deudor de su afición a los libros. No hay escritor sin lector. Y el escritor goza en su labor. Por eso se pueden encontrar infinitos argumentos que apoyan la importancia de la lectura y que manifiestan el amor al libro.

Fantasmas

En mis manos han caído, en tiempo casi coincidente, tres libros de “apariciones”. Ha sido totalmente casual, no creo  que haya ninguna causa oculta que lo haya provocado. “La puerta del cielo”, de Reyes Calderón, me interesó cuando lo vi en la librería, por el tema, que se adivina en cuanto se ojea mínimamente, a pesar de la portada, que es poco atrayente. Me pareció atrevido el asunto, por complicado, sobre todo cuando no se pretende un planteamiento morboso. Las posesiones diabólicas, en otros autores, pueden dar lugar a situaciones rocambolescas y desagradables. También en este libro hay situaciones desagradables, como para quitarle el sueño a más de uno. Pero esta autora, de quien no había leído todavía nada, me pareció que podría tratarlo de manera adecuada.

¿El destino o el sentido?

Sorprende con qué superficialidad se habla, con bastante frecuencia, del destino del hombre, no sabemos si como un comentario intrascendente, no pensado, o si, más bien, se utiliza esa palabra conscientemente y, por lo tanto, como expresión de falta de libertad. Porque hablar del destino es semejante a pensar que está escrito y previsto qué va a ser de la vida de cada quien. Desde luego sí es frecuente constatar que muchas personas no creen en la libertad, lo cual produce una impresión verdaderamente penosa.

El ruiseñor y la rosa

¿Quién hay que entienda verdaderamente qué es el amor? El ruiseñor del cuento de Oscar Wilde se enternece ante el apasionado enamoramiento del estudiante. Su amada le ha dicho que bailará con él si le lleva una rosa roja. ¿Es porque sabe que no la va a encontrar? ¿Es porque quiere medir su amor poniéndole una prueba difícil? Es invierno y no encuentra solución, y se desespera y llora. Una lagartija y una mariposa que pasan por allí no pueden entender que llore por una rosa y se mofan del joven. Pero el ruiseñor conoce la historia y se conmueve.

Libertad de expresión

En la inmensa manifestación de París de hace unas semanas se pedía, aparentemente, libertad de expresión. Sin embargo no serán pocos los que entendieron, más bien, que se trataba de un posicionamiento de Occidente contra los yihadistas. Parecía más una provocación que una reclamación de derechos. Miles de personas –sin duda no todos los manifestantes, aunque pudiera parecerlo- portaban un cartelito que decía “Yo soy Charlie Hebdo”.

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