Estábamos en Berlín, en la Isla de los museos, un día fantástico, poco frecuente en esta ciudad y, en general, en el norte de Alemania. Sol y buena temperatura hacían que el parque de esta zona emblemática de la urbe estuviera muy concurrido. Muchos tumbados en el césped, al sol, atesorando lo que es escaso, para el resto del año, otros en la sombra, en cómodos bancos junto al río, leyendo. Otros paseando al perro, que también “tienen derecho” -dirían algunos-. Nosotros, entre museo y museo -habíamos visitado a la Nefertiti y queríamos ver el museo de Pérgamo- tomando un bocadillo.