Hace unos días hablaba con un amigo de la muerte. Con cierto apocamiento, con algo de miedo a lo que yo podría decirle, manifestó que a él, en realidad, no le importaría morirse. Como le conozco, no me extrañó. No es una persona desesperada ante la vida, ni con dificultad de ningún tipo. Es un buen profesional y padre de familia que, teniendo de todo, ve el más allá con deseos de llegar. Me lo decía con una cierta prevención y advirtiéndome que no se lo dice a nadie, para que no piensen cosas raras.