Después de los meses de reclusión a causa de la pandemia, al hablar con parientes, amigos y conocidos sobre cómo han pasado ese periodo, he llegado a la conclusión de que los lectores habituales lo han sobrellevado mejor que las personas que tienen escasa o nula relación con los libros. Parece lógico, puesto que leer es una actividad que exige atención, esfuerzo, dedicación, lo que atempera los riesgos de caer en miedos, en obsesiones, en la pereza o en un activismo estéril. Además, los buenos libros nos enriquecen y ayudan a distanciarnos un poco del entorno, en este caso del obligado enclaustramiento y sus secuelas físicas y psicológicas.