Estuve a punto de asesinar a un hombre. ¿Por qué no lo hice? Soy buen cazador. Agazapado entre los riscos que llaman del Berrueco Alto, no muy lejos de mi casa, lo vería subir por el sendero y llegar al collado de las Torcaces para bajar hacia la suya por la otra vertiente. Él no me podría ver, si yo no me dejaba, y, además, dispondría de tiempo para prepararme tranquilamente, sabía que no iba a fallar. ¿Por qué no lo hice? Aquel vecino nos había hecho mucho daño a mi familia y a mí –amparado en el caciquismo y en la obsesión por vengar agravios ancestrales–; la última víctima había sido Remedios, mi mujer, que no pudo soportar tanta extorsión ni la pena por la muerte de nuestro primogénito, que ella y yo estábamos convencidos de que no había sido por un accidente…, aunque no se pudiera probar; por mi parte, sentía que no tenía ya nada que perder. Pero no lo hice.