Con esta expresión tan gráfica, aludía San Josemaría habitualmente, tanto en su predicación oral, como en sus escritos, a una manera determinada de enfocar la entera existencia del cristiano corriente, siempre sometido al desgaste y a la erosión que producen los golpes de la vida y, sobre todo, la resistencia de las dificultades y, en definitiva, la visión humana, estrecha.