Aceptar que la Iglesia brota, en palabras de san Juan Damasceno, del costado abierto de Cristo en la cruz, en el momento de la lanzada, equivale a admitir que la Iglesia la ha fundado Jesucristo y lo ha hecho en el tiempo y, por tanto, sometida a la protección del Espíritu Santo y a las leyes de la historia. Precisamente, en estos días de la Semana Santa he podido leer con detenimiento el interesante artículo del dominico Pierre-Marie Berthe, OP, sobre la Iglesia en la historia, recientemente publicado en la Revista Nova et Vetera de la Facultad de Teología de Friburgo (Pierre-Marie Berthe, Pourquoi L’Église ne deyrait pas avoir peur de l’histoire, Nova et Vetera 3/2020, 317-332) y me ha venido muchas veces a la cabeza las coordenadas espacio temporales.