Amable se dice de la persona digna de ser amada. Pienso que una de las virtudes más necesarias para la buena convivencia es precisamente la amabilidad. Si fuéramos capaces de ver en los demás a alguien digno de ser amado, otro gallo nos cantara, en el trabajo, en la familia, en la calle… Una sonrisa, una palabra afectuosa, agradecer un pequeño favor bastan para crear un entorno agradable, sereno, sosegado. Sin embargo, cuánta crispación, cuánto bocinazo por unos segundos de retraso en arrancar ante un semáforo en verde, cuánta queja a menudo por naderías… Y no digamos del espectáculo que ofrecen tantos programas de televisión, tantas tertulias radiofónicas. El tono de reproche, de chismorreo, de griterío, de no dejar hablar al otro, de no escuchar… acaba por contagiarse como un virus. Y no digamos de la facilidad con que se juzga a los demás, con que se murmura, se difama, se sospecha e incluso se calumnia. ¿Y quién se acuerda del deber de restituir el honor injustamente mancillado?