No todos los libros se leen de la misma manera. Cuando éramos niños, leíamos en cualquier sitio y de cualquier modo, incluso sentados o echados en el suelo de baldosas, en verano, con el pan con chocolate cerca, que dejaba huellas en las páginas de Tintin, de Salgari, de Verne… Hay a quien le gusta leer en la cama, pero, con el paso de los años y con los achaques que se van manifestando en los huesos, articulaciones y en los ojos, uno ha de buscar un asiento adecuado y una edición con un tamaño de letras que no lo obligue a forzar excesivamente la vista… Recuerdo que, hace años, me llamaba la atención una anciana mujer que, sentada en un rincón de la plaza madrileña de Callao, se pasaba horas leyendo sin necesidad de usar gafas.