Escribir una novela sobre la vida cotidiana no es nada fácil. De una historia, de una película, de un cuento se espera algo de tensión, de sorpresa, de fantasía, de drama, de intriga, de emoción…, y esto en la vida cotidiana no suele suceder u ocurre en contadas ocasiones, pues abundan los días muy parecidos a otros, las costumbres, los horarios, los trayectos que se repiten, con variaciones insignificantes que, para cada uno de nosotros, tendrán su sentido y su importancia, pero que, para un espectador ajeno, resultan acciones carentes de interés o aburridísimas. Si se estrenara una película que consistiera simplemente en proyectar las imágenes que una cámara va grabando de las entradas y salidas de una sucursal bancaria, durante ciento veinte minutos de un día cualquiera en una ciudad cualquiera, lo más probable es que a los cinco minutos se hubiera vaciado la sala.