Ante la muerte de un ser querido no siempre es fácil hacer comprender que él, ese pariente, ese amigo, está en la eternidad; ha salido del tiempo y se ha hecho eterno. Lejos de Dios, si hubiera llegado al final de su vida negándole, o cerca de Dios, aunque sin ningún problema podemos decir “con Dios”. Sobre todo si recordamos algo de lo que se habla poco, que después de la muerte no hay tiempo y, por lo tanto, la purificación que un difunto pueda necesitar es lo más parecido a un buen lavado antes de llegar ante semejante presencia.